Pedro Mir
Pedro mir Valentín (San Pedro de Macorís, 3 de junio de 1913-Santo Domingo, 11 de julio del 2000) fue un escritor dominicano, considerado el Poeta Nacional de la República Dominicana (declarado por el Congreso Nacional en 1984), perteneciente a la generación de los Independientes del 40.Hijo de Pedro Mir, un ingeniero cubano, y de Vicenta Valentín Mendoza, una joven puertorriqueña, Pedro Julio Mir Valentín nació y pasó su infancia en el Ingenio Cristóbal Colón, cerca de la ciudad de San Pedro de Macorís. La temprana muerte de su madre en 1917 le dejó un profundo sentido de ausencia que luego él mismo afirmaría que fue el origen de su vocación poética.A principios de la década de 1930, Pedro Mir empieza a escribir sus primeros poemas, mostrándolos a amigos y relacionados. Uno de esos amigos decide sin consultarle, llevar unos versos al escritor Juan Bosch, quien ya en ese entonces era una figura literaria importante en el ámbito dominicano. La fibra poética natural del autor llama la atención de Juan Bosch, pero éste desestima los versos diciendo que el poeta tiene talento pero debería "dirigir los ojos a su tierra". Enterado Pedro Mir, decide escribir sus primeros poemas de corte social y esta vez enviárselos a Juan Bosch él mismo. Bosch no contesta, sino que publica los versos en su sección del Listín Diario, un importante periódico dominicano, con el llamativo título que luego sería una profecía: ¿Será este muchacho el esperado poeta social dominicano?
Vida profesional y exilioPedro Mir continúa escribiendo y se gradúa de Doctor en Derecho por la Universidad Autónoma de Santo Domingo en 1941, ejerciendo en una oficina de abogados de la capital dominicana. Sin embargo, la presión de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo se hace insoportable, especialmente para quien escribía poesía social. Considerado un desafecto al régimen, recibe amenazas y vive en zozobra hasta que marcha hacia Cuba en 1947, un exilio que se prolongaría hasta la caída del régimen del tirano.
En 1949, viviendo precariamente en Cuba, es expuesto a la luz su conocido poema Hay un país en el mundo, el cual ha sido traducido a varios idiomas.
En 1952 publica en Guatemala el Contracanto a Walt Whitman (canto a nosotros mismos) considerado uno de sus mejores poemas y también traducido a diversos idiomas, así como ha sido objeto de numerosos estudios en Estados Unidos de América, República Dominicana y otros países.
Regresa a la República Dominicana en 1962, al desaparecer el régimen de Trujillo y durante el gobierno de Juan Bosch. Tras la caída del gobierno de Bosch y seriamente afectado en su salud, viaja fuera del país, aunque regresa y se establece finalmente con su familia en la capital dominicana en 1968, dedicándose a la cátedra en la Universidad Autónoma de Santo Domingo durante varias décadas.También dedicado a la investigación histórica, por su ensayo Las raíces dominicanas de la doctrina Monroe (1974) obtuvo el Premio Anual de Historia. Su novela Cuando amaban las tierras comuneras (publicada en México en 1978) fue muy aclamada tanto en República Dominicana como internacionalmente.
En 1975, su poema "El Huracán Neruda" le mereció el Premio Anual de Poesía.
En 1984, el Congreso Nacional de la República Dominicana lo declaró Poeta Nacional de la República Dominicana.
En 1991, recibió el doctorado Honoris Causa del Hunter College de la Universidad de New York.
En 1993, recibió el Premio Nacional de Literatura.
En su honor la UASD fundó la Biblioteca Pedro Mir.Pedro Mir murió a los 87 años el 11 de julio del año 2000, de una larga y fuerte dolencia pulmonar en Santo Domingo, rodeado de su familia.
Hay un país en el mundo
Hay
un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de anoche,
colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente
liviano,
como una ala de murciélago
apoyado en la brisa.
Sencillamente
claro,
como el rastro del beso en las solteras antiguas.
o el día en los tejados.
Sencillamente
frutal, fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado.
En verdad.
Con dos millones
suma de a vida
y entre tanto
cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres penínsulas con islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra
bajo los ríos y en la falda del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el cantío de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces
es lo que he declarado.
Hay
un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.
Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar,
cantando
su franja propietaria.
Este amor
quebrará su inocencia solitaria.
Pero no.
Y creerá
que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles
como frescas monedas azules, donde duerme
un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar
forcejeando
con su propia cosecha.
Este amor
doblará su luminosa flecha.
Pero no.
Y creerá
que donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras
cantando
entre los surcos
su propiedad.
Este amor
alcanzará su floreciente edad.
Pero no.
Hay un país en el mundo
donde un campesino breve
seco y agrio
muere y muerde
descalzo
su polvo derruído,
y la tierra no alcanza para su bronca muerte.
¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.
Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije
sencillamente triste y oprimido.
No es eso solamente.
Faltan hombres
para tanta tierra. Es decir, faltan hombres
que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre
después de unas canciones.
Madre de la hortaliza.
Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.
Madre solícita y nocturna junto al lecho...
Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces
los alcen contra el sol y la distancia.
Contra las leyes de la gravedad.
Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.
Y hombres que se acuesten con la arcilla
y la dejen parida de paredes.
Y hombres
que descifren los dioses de los ríos
y los suban temblando entre las redes.
Y hombres en la costa y en los fríos
desfiladeros
y en toda desolación.
Es decir, faltan hombres.
Y falta una canción.
Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el líquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio
y los brazos del hombre más simple
son del ingenio
y sus venas de joven calibre
son del ingenio
y los guardias con voz de fusiles
son del ingenio
y las manchas del plomo en las ingles
son del ingenio
y la furia y el odio sin límites
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio
y las culpas que no se redimen
son del ingenio
vente veces lo digo y lo dije
son del ingenio
"nuestros campos de gloria repiten"
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
aunque arroje la carga del crimen
lejos del puerto
con la sangre y el sudor y el salitre
son del ingenio.
Plumón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.
Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.
El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.
Los que la roban no tienen ángeles
no tienen órbita entre las piernas
no tienen sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.
No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.
País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio
no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿De dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina salud del oro
Los campesinos no tienen tierra?
Esas es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.
Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente
pobre de población.
Pero
no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo
coraje
para hacer la canción.
Y éste es el resultado.
El día luminoso
regresando a través de los cristales
del azúcar, primero se encuentra al labrador.
En seguida al leñero y al picador
de caña
rodeado de sus hijos llenando la carreta.
Y al niño del guarapo y después al anciano sereno
con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,
y a la joven temprana consiéndose los párpados
en el saco cien mil y al rastro del salario
perdido entre las hojas del listero. Y al perfil
sudoroso de los cargadores envueltos en su capa
de músculos morenos. Y al albañil celeste
colocando en el cielo el último ladrillo
de la chimenea. Y al carpintero gris
clavando el ataúd para la urgente merte,
cuando suena el silbato, blanco y definitivo, que el reposo contiene.
El día luminoso despierta en las espaldas
de repente, corre entre los raíles,
sube por las grúas, cae en los almacenes.
En los patios, al pié de una lavandera,
mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.
En las calles se queja en el pregón. Apenas
su pié despunta desgarra los pesebres.
Recorre las ciudades llenas de los abogados
que no son más que placas y silencio, a los poetas
que no son más que nieblas y silencio y a los jueces
silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas
y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.
¡Un dólar! He aquí el resultado. Un borbotón de
sangre.
Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento.
Sangre en el efectivo producto de amargura.
Este es un país que no merece el nombre de país.
Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.
Es cierto que lo beso y que me besa
y que su beso no sabe más que a sangre.
Que día vendrá, oculto en la esperanza,
con su canasta llena de iras implacables
y rostros contraidos y puños y puñales.
Pero tened cuidado. No es justo que el castigo
caiga sobre todos. Busquemos los culpables.
Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos
sobre los hombros de los culpables.
Y esa es mi última palabra.
Quiero
oirla. Quiero verla en cada puerta
de religión, donde una mano abierta
solicita un milagro del estero.
Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.
Donde un ángel respira.
Donde arde
una súplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carreta
un boyero se extingue con la tarde.
Después no quiero más que paz.
Un nido
de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido.
Comentarios
Publicar un comentario