EL LLANTO DE LA FLOR NOVELA DE AURELIA CASTILLO

En ese momento sobraron las palabras, Dúnel tocó la boca de Laurel con sus dedos; Laurel no dijo una sola palabra. Sus cuerpos temblaban, sus labios se unieron sin decir nada. Se levan taron del asiento y se tomaron de la mano, dirigiéndose directo a la habitación de la chica, donde se desnudaron dando riendas sueltas a sus pasiones. Ambos olvidaron todas sus preocupaciones. Allí sólo estaba el presente. Estaban en su mundo, conformado por dos que se habían vuelto uno. Ella quería ser suya, encontrar el placer más insólito. No había lugar para la inseguridad en ese momento. Le importaban solo los besos y las caricias de aquel hombre por el que tenía un sentimiento sincero. No podía pensar en otra cosa que no fuera la espontaneidad de sus emociones. Se escuchó un ruido, un grito en toda la habitación. Dúnel no dijo nada, no podía creerlo. El gemido se hacía cada vez más fuerte. Los corazones se agitaron más y más. De repente, se volvió a escuchar el mismo grito.

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